El 6 de abril de 1992 falleció uno de los más destacados exponentes de la ciencia ficción, Isaac Asimov. Yo, Robot, La última pregunta, Fundación y El hombre bicentenario son algunas de sus obras más reconocidas, aunque El niño feo también merece ser mencionada, a pesar de ser menos valorada.
En este artículo, simplemente reflexiono sobre algunas de mis obras favoritas de Asimov y el impacto que ha tenido en mi vida.
Hace unos años, por razones que no recuerdo con exactitud, comencé a seguir a Alexelcapo. Este señor habla extensamente sobre gran variedad de temas, pero particularmente me interesaba cuando hablaba sobre videojuegos, cine y literatura. Ya estaba inmerso en el mundo del cine y los videojuegos, y había incursionado un poco en la lectura gracias a Orwell. Aunque me encantó 1984, todavía no había adquirido el hábito de leer de forma regular. En uno de sus directos, Alejandro el Capo recomendó La última pregunta, así que decidí echarle un vistazo.
La última pregunta
La última pregunta es, casi por consenso, la mejor historia corta de ciencia ficción escrita por Asimov. Se centra, como se puede intuir, en una pregunta: ¿sería posible revertir la entropía?
Durante millones de años, esta pregunta se formula una y otra vez de diferentes maneras al ordenador más potente de cada era. La humanidad logra alcanzar el estatus de civilización de tipo III en la escala de Kardashev, realiza viajes interestelares e intergalácticos, alcanza la inmortalidad y vive en un plano metafísico; mientras tanto, el ordenador más potente se va volviendo cada vez más abstracto, construyendo a su sucesor y transmitiendo sus datos recopilados hasta llegar a ser incomprensible e indescriptible para cualquier ser humano. El constante consumo de energía en el universo y la incapacidad del hombre para intervenir llevan a que todas las estrellas mueran, y con ellas la humanidad. Antes de que todo acabe, la humanidad le hace a AC Cósmica (el último ordenador) la misma pregunta por última vez: si hay alguna manera de revertir la entropía. Pero la respuesta sigue siendo la misma que durante millones de años: “Aún no hay datos suficientes para una respuesta esclarecedora”. El universo llega a su fin, y lo único que queda es AC, que después de trillones de años, resuelve la última pregunta. Sin embargo, ya no hay nadie a quien explicarle la respuesta, pero eso no importa: la misma pregunta se encargará de demostrarlo…
Y entonces “AC” dijo: “¡Hágase la luz!”. Y la luz se hizo.
Años después y tras múltiples relecturas, este final sigue provocándome escalofríos. La idea de que la capacidad de revertir la entropía lleve a la idea de Dios es impactante.
Yo, Robot
Este libro es una recopilación de diferentes historias de Asimov, todas ellas ambientadas en un mismo universo. Hay más historias en las que aparece Susan Calvin, pero no están incluidas en esta recopilación. Recuerdo una en la que un robot parece enamorarse de una mujer, pero se cuestiona si son sentimientos genuinos o si el robot los finge para cumplir el deseo de su dueña.
Yo, Robot también fue adaptada a película, protagonizada por Will Smith. La adaptación es bastante mediocre, tanto en términos de fidelidad al libro como en calidad cinematográfica. Al parecer, se tomó un guión con robots y se le cambiaron los nombres a algunos personajes, se añadieron momentos de referencia y se incluyeron las tres leyes de la robótica al principio para justificar el título Yo, Robot y aprovechar los derechos ya adquiridos. Dejando eso de lado, el libro sigue siendo uno de mis favoritos.
Asimov tenía un gran sentido del humor, y esto se refleja en sus obras. Yo, Robot es bastante divertido, pero también profundiza en ideas fascinantes, como en “Razón”, donde el mejor dúo de ingenieros del mundo, Mike Donovan y Gregory Powell, crean un robot destinado a reemplazarlos en el trabajo de dirigir una estación espacial encargada de enviar energía a la Tierra. El robot es puramente racional y, siguiendo sus postulados (como que ningún ser puede crear un ser mejor que él mismo), no cree que Donovan y Powell lo hayan creado, ni que el punto luminoso que ven a lo lejos sea un planeta con billones de habitantes llamado Tierra. A través de la razón, llega a una especie de fe en que el transformador de energía, el Señor, lo creó, y son sus postulados los que le permite responder a las contradicciones planteadas por Donovan y Powell sobre su fe. Al final, el robot es perfecto para dirigir la estación y enviar energía a la Tierra, no porque esté convencido de la existencia del planeta, sino porque así se lo dicta el Señor. Esta historia, en la era actual de la inteligencia artificial, me recuerda cómo, al entrenar una IA para, por ejemplo, reconocer rostros humanos, esta crea “parámetros” o dimensiones para clasificar lo que es y lo que no es un rostro humano. Estos parámetros pueden estar muy alejados de nuestra concepción humana de lo que deberían ser. Dependen de cómo se haya entrenado la IA y suelen diferir mucho de nuestras abstracciones conceptuales. Esto es lo que ocurre con el robot de la historia: cumple su tarea de suministrar energía a la Tierra a través de un rayo láser, pero lo hace siguiendo su propio pensamiento, dictado por el Señor.
Yo, Asimov
Este libro son las memorias de Asimov. Mientras estaba en el hospital debido a un problema de salud del que no estaba seguro de poder recuperarse, hizo lo que siempre había deseado hacer: escribir. Yo, Asimov no es una autobiografía, ya que Asimov ya había escrito una, sino un recorrido por sus pensamientos, ideas y anécdotas a lo largo de casi toda su vida. Me encantan las biografías, ya que me inspira conocer la vida de otras personas y eso también me ayuda a entender mejor la mía.
Con respecto a todo esto hay una historia personal, y es que cuando estaba en cuarto de la ESO y leí La última pregunta, quise más y descubrí Yo, Asimov. Así que fui a la biblioteca más cercana en busca de libros de Asimov en la sección de biografías. Encontré libros suyos, pero no sus memorias, sino su Enciclopedia biográfica de ciencia y tecnología, el primer volumen de cuatro. Me hizo gracia el nombre tan largo y comencé a leerlo. Hasta entonces, no sabía mucho sobre historia científica, solo había oído nombres, pero fue entonces cuando aprendí sobre Arquímedes, Euclides, Cavendish, Pascal, Galileo, Copérnico, Kepler, Newton, Darwin y muchos otros. Con esos libros, entendí la ciencia de una manera diferente a como la había aprendido en el instituto: no como una serie de dogmas y fórmulas, sino como un método para encontrar respuestas, diverso, activo, constante, creativo y, sobre todo, lleno de personas apasionadas y curiosas por comprender el mundo. Fue unos meses después de ese interludio cuando comencé a leer Yo, Asimov.
Asimov fue un niño prodigio; aprendió a leer a una edad muy temprana y poco después comenzó a devorar todo lo que encontraba en la biblioteca. Le hacían saltarse cursos por sus altas capacidades y no necesitaba estudiar para tener buenas notas. Siempre estaba leyendo un libro y ,una vez, mientras vigilaba en la tienda de su padre, le llamó la atención una de esas revistas baratas de ciencia ficción, lo que lo llevó a comenzar a escribir sus propias historias. El libro es en su mayoría positivo y divertido, pero al final adquiere un tono más melancólico. Asimov lo consiguió terminar, pero fue publicado después de su muerte con un prólogo escrito por su segunda y última esposa. A 8 años del nuevo milenio y con un catálogo de más de 500 obras que abarcan desde literatura y teología hasta divulgación y ficción, Asimov murió como vivió: haciendo lo que más le gustaba.
Con Asimov, descubrí la ciencia y me adentré más en la literatura. Sus memorias me enseñaron a adoptar una actitud más escéptica y a implementar el aprendizaje en mi vida diaria. La persona que soy ahora es muy diferente de la que era hace dos o tres años, y en gran medida se lo debo a Asimov. Escribo esto para dejar constancia de que hace 32 años su cuerpo murió, pero su memoria sigue viva.